Diario de viaje

Barbara Fraser

Todo el mundo habla de la «selva amazónica», pero cuando uno está allí se da cuenta de que en realidad es un mundo acuático. Los ríos son los caminos para todo tipo de vehículos: grandes embarcaciones fluviales que transportan pasajeros…

Barbara Fraser

Todo el mundo habla de la «selva amazónica», pero cuando uno está allí se da cuenta de que en realidad es un mundo acuático. Los ríos son los caminos para todo tipo de vehículos: grandes embarcaciones fluviales que transportan pasajeros, carga, e incluso algún búfalo de agua; remolcadores que empujan barcazas repletas de madera o petróleo; barcos de pasajeros de larga distancia con potentes motores; y pequeñas canoas cargadas con enormes racimos de plátanos o frutos de palma.

Viajar por los ríos puede ser peligroso. Las embarcaciones pequeñas pueden ser inundadas por la estela que dejan los potentes motores, y los troncos sumergidos son un peligro incluso para las embarcaciones grandes.

Para todos los seres vivos del Perú amazónico, la vida está regida por la subida y bajada estacional de las aguas. Cada año, los ríos se desbordan, esparciendo por la selva sedimentos ricos en nutrientes y permitiendo a los peces nadar entre los árboles, comer sus frutos y esparcir las semillas.

La temporada de aguas altas es importante para la pesca, pero puede ser una época de escasez en las comunidades. Las playas donde la gente siembra frijoles y otros cultivos desaparecen bajo un nivel de agua que va de seis a nueve metros. La gente depende de alimentos básicos como la yuca, que se planta en terrenos más altos, pero en lugares como Nueva Unión y Nuevo Perú, en el río Chambira de Perú, no hay terrenos altos cerca. Así que puede ser una época de hambruna.

Llegamos a Nueva Unión y encontramos toda la comunidad inundada. Las casas se levantan sobre pilotes, pero el agua había subido más allá de las tablas que serían el primer piso en la estación seca, por lo que las familias se habían trasladado al piso superior de sus casas. Las cocinas situadas detrás de las casas, generalmente en un nivel intermedio entre los dos pisos, seguían por encima del agua. Para visitar a los vecinos, ir a la escuela o incluso ir a la letrina, hay que remar hasta allí en una canoa.

Lo mismo ocurre en toda la Amazonía. La gente vive rodeada de agua. Durante la temporada de aguas altas, una familia se baña y lava la ropa, las ollas y los platos en una pequeña balsa atada a la puerta de su casa junto a su canoa. Cuando el agua de la crecida se retira, esas tareas diarias —junto con la balsa y la canoa— se trasladan a la orilla del río.

Los ríos y arroyos son también la única fuente de agua para el consumo humano, algo que las normas peruanas de calidad del agua no tienen en cuenta. En las ciudades, la mayoría de la gente abre un grifo para obtener agua, pero en los pueblos, el día comienza con el ritual de ir a buscar cubos de agua al río. Eso significa que la gente debe beber a menudo agua contaminada por los residuos de las ciudades, los pueblos y los emplazamientos industriales río arriba, incluidos los campos petrolíferos. Unas 60 comunidades de los mayores bloques petrolíferos de la Amazonía cuentan con plantas temporales de tratamiento de aguas, pero para todos los demás, no hay elección. Deben beber agua que se sabe que está contaminada, en algunos lugares por tóxicos como metales y productos químicos agrícolas, y prácticamente en todas partes por coliformes fecales.

En la región peruana de Loreto, donde la producción de petróleo ha aportado miles de millones de dólares a las arcas públicas a lo largo de medio siglo, sólo la mitad de los residentes están conectados a sistemas públicos de agua, e incluso esa agua puede no estar adecuadamente tratada. En los cientos de pueblos situados a lo largo de los ríos no hay sistemas de este tipo. Es una contradicción ignorada durante demasiado tiempo por los responsables políticos que en este mundo de delicados ecosistemas acuáticos, donde el agua es vida, el agua sea también un peligro para la salud pública.

Marilez Tello

Nací por el río Corrientes, una zona donde está la petrolera, en un pueblo que se llama San Carlos, pero viví gran parte de mi niñez en Intuto, en el Río Tigre…

Marilez Tello

Nací por el río Corrientes, una zona donde está la petrolera, en un pueblo que se llama San Carlos, pero viví gran parte de mi niñez en Intuto, en el Río Tigre. Parte de sus tierras están inmersas en el Lote 192, que en esa época se llamaba 1AB.

En la mañanita, antes de ir al colegio, íbamos las niñas y los niños con las mujeres a traer agua. Siempre veíamos manchas, todo el río impregnado de petróleo, y nadie decía nada, porque no sabíamos qué significaba. Sabíamos que era petróleo, pero no sabíamos qué tanto daño podría ocasionar a la salud.

Era habitual, sobre todo después de una intensa lluvia, encontrar grandes capas de petróleo rebosando sobre el río. Para recoger el agua, lo único que se hacía era ladear el petróleo derramado con los envases, que en general eran tinajas de barro y una que otra olla de aluminio o balde de plástico.

Cuando fui a hacer reportajes desde el Corrientes y el Tigre en el año 2018, tenía 40 años y era la primera vez que había regresado a la zona desde los 10. Algo que nunca habíamos abordado en la radio era la experiencia particular de las mujeres de la zona petrolera. Siempre se había escuchado más a los hombres, y siempre se inclinaban más hacia el tema del trabajo. Pero las mujeres vivimos una situación de distinta forma que los hombres. En esa oportunidad hemos podido recoger el testimonio de la mujer, que no aparece mucho en las denuncias sobre el tema petrolero.

Los recuerdos vividos por las mujeres Kichwa y Achuar sobre la actividad petrolera en las comunidades de los ríos Tigre y Corrientes son diversas: de un helicóptero aterrizando en su comunidad, aterrorizadas de ver gente extraña, escondiéndose debajo del montículo de ropa para no ser vistas, el agua salada del río y las quebradas que no puede ser bebida y que queda impregnada en el cuerpo luego de haberse bañado en el río, el humo negro y restos de hollín cayendo sobre el techo de las casas cuando se quemaba el petróleo derramado, grandes barcazas navegando el río, capas de petróleo en medio y en las orillas del río, grandes garzas vestidas de negro y peces varados sobre la manta de petróleo, animales como el venado y la huangana, que los hombres cazaban para alimentar a sus familias, bañadas de petróleo son algunos de los recuerdos.

Para Lindaura Cariajano, mujer Kichwa del Vista Alegre del Río Tigre, recordar los primeros años de presencia de las petroleras en su territorio es evocar los duros momentos que pasó y que guarda en lo más profundo de su ser. Mientras caminamos por un cementerio abandonado en medio del bosque, nos cuenta que allí están enterrados muchos niños y ancianos que murieron con fuertes dolores de estómago, vómitos y diarrea luego de haber bebido agua del río.

Los testimonios son bien fuertes, el sufrimiento de esa mujer que guarda la pérdida de un hijo o un familiar y no sabe qué ha ocurrido. De guardar tantos años tanto dolor. Escucharlas, y que el resto los escuche, imagino que para ellas es aliviador. Lindaura no es la única que perdió hijos y familia. En los otros pueblos la misma historia se repite. Estos trágicos sucesos dan cuenta del grado de daño a la salud emocional que causó y sigue causando una actividad que no respeta la vida y sustento de los pueblos.

Durante todo el viaje al Lote 192, lo que más recordaba era mi madre, quien vivía mucho de su vida en esa zona y nunca olvidó. Después de que mi familia saliera a vivir en ciudades más distantes, donde la vida era muy distinta, la que más regresó, cuando tuvo la oportunidad, era mi madre.

En 2019, nos avisaron de la comunidad de Vista Alegre que la Sra. Lindaura había fallecido de cáncer a la piel — la misma enfermedad de la que falleció mi madre siete años antes. Mi familia también había vivido en el Corrientes y el Tigre, dos de los ríos más contaminados por la actividad petrolera, según estudios.

Los testimonios que hemos recogido nos llevan a un mensaje claro: Las mujeres y los hombres de la selva peruana merecemos y tenemos el derecho a un ambiente y una vida sana.

Leonardo Tello

Radio Ucamara tiene entre sus principales opciones trabajar junto a los pueblos indígenas en la Amazonía. El territorio de su intervención directa está principalmente en la confluencia…

Leonardo Tello

Radio Ucamara tiene entre sus principales opciones trabajar junto a los pueblos indígenas en la Amazonía. El territorio de su intervención directa está principalmente en la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, donde forman el Amazonas, territorio habitado principalmente por el pueblo kukama. El territorio es grande, más allá de este punto de intervención de la radio. Están también los pueblos Urarina, Achuar y Quechua. Desde hace aproximadamente 15 años, la radio cuenta con dos programas en lengua Kukama. A finales de 2021, logramos poner en la radio un programa en lengua Urarina, conducida por Jonatan y Paquita, una pareja de jóvenes de las comunidades de Nuevo Perú y Nueva Unión, en la cuenca baja del río Chambira. En estos programas las historias de mucha gente se hacen visibles. El proceso memorioso es el más importante es este trabajo comunicacional. Por primera vez se cuenta en primera persona los estragos de la industria extractiva en sus vidas. El siguiente paso es visitar el Chambira.

Nos dejamos conducir por los pasos de Paquita y Jonatan. Somos una delegación de siete personas, incluyendo mi hijo Tsaku, de dos años, que nos acompaña. Apenas ingresando al Chambira hacemos una primera parada en Ollanta. El Chambira tiene aguas negras que inundan estos territorios. Solo se puede desplazarse por el río. Dos horas después estamos en Nuevo Perú y 30 minutos más tarde en Nueva Unión, donde nos quedamos. Desde ahí visitamos Nuevo Progreso, comunidad situada a la altura de la entrada al río Tigrillo, afluente del Chambira. También visitamos las zonas de derrames de petróleo. Todo está inundado, pero los testimonios de afectaciones son duros. Estas comunidades también están inundadas completamente. Los ojos del Tsaku están inquietos; la piscina es inmensa y quiere probarlo. Mi corazón sufre. Aún es insuficiente nuestro trabajo en estos territorios. Nos interpela y supera en todo sentido esta realidad, la del pueblo Urarina. Los testimonios de hombres y mujeres agudizan aún más este sentimiento. Respiro hondo para continuar con las entrevistas.

Nos llama la atención inmediatamente en Nueva Unión, como los Urarina han apilado tierra en un determinado lugar para que la creciente no mate sus semillas (tallos de yuca e hijuelos de plátano) que sembrarán apenas baje la creciente del río. Esta tecnología es probablemente nueva, ya que los Urarina normalmente no están habituados a vivir en zonas inundables. Han sido llevados ahí por la necesidad de conseguir ayuda del Estado.

En este territorio está el Lote 8. Los testimonios de abandono y olvido del Estado se repiten como en otras cuencas; pero aquí; además, se nota en los cuerpos y rostros de niños y mujeres. Las injusticias golpean sus rostros a cada paso que damos. Se afianza en nosotros el compromiso de seguir trabajando a su lado. Hemos hecho una primera entrada como radio Ucamara, que será el camino para otros con el afán de hacer más visible a los Urarina del Chambira y sus demandas urgentes.

Por Leonardo Tello Imina

Hijo de padre kukama y madre achuar

Ginebra Peña

El viaje a las comunidades urarina del río Chambira representaba un desafío para la fotografía. A pesar de haber fotografiado a muchas personas durante estos años…

Ginebra Peña

El viaje a las comunidades urarina del río Chambira representaba un desafío para la fotografía. A pesar de haber fotografiado a muchas personas durante estos años que he vivido en la Amazonía, me recorría un nerviosismo por el cuerpo, sabía que los Urarina tenían otras formas de expresarse, y me preguntaba si sería capaz de leer su consentimiento en ser fotografiados o su incomodidad en sus gestos si no compartíamos la lengua. (Suelo fiarme de las reacciones corporales de las personas al ver la cámara para saber si desean o no ser fotografiadas. En muy pocas ocasiones en mi trayectoria he considerado justificable imponer el acto fotográfico a una persona que no lo desea, y desde luego ésta no iba a ser una de ellas).

Tengo programada una sonrisa automática como cualquier occidental con un mínimo de interés en expresar cordialidad con los desconocidos. El encuentro con las mujeres Urarina fue como mirarse en uno de estos espejos de feria que distorsionan la imagen hasta convertirlo en algo cómico, así se me antojó mi propia sonrisa al verla reflejada en su seriedad.

Me dejaron desarmada y sin mi primera herramienta para romper el hielo: Rápido me pareció entender que entre las Urarina no hay sonrisas sociales, el reír es una expresión espontánea y mi sonrisa permanente les hacía reír de lo idiota que debería parecerles. Al poco rato de estar conmigo imagino que debieron entender que no se trataba de un caso agudo de idiotez sino que eran más bien esfuerzos de cortesía por mi parte, e intentaron devolvérmela en un gesto que me hacía sentirme incluso más ridícula, pero bien recibida y con ganas de acogerme por su parte. Eso me facilitó el trabajo.

Otra de las dificultades para trabajar, aparte de no compartir las convenciones sociales del gesto, era que las comunidades estaban inundadas y no tenía una canoa a mi disposición para moverme libremente, lo que dificultaba otra de mis herramientas fundamentales para retratar lo cotidiano: el deambular por la comunidad charlando de casa en casa.

La comunicación con las mujeres de las casas vecinas, incapaz de superar por mi parte los metros de agua que nos separaban, se basó en miradas a lo largo de los tres días que estuvimos allí. Con una joven en particular, debía tener unos años menos que yo y vivía en la casa de al lado, nos observamos generando una suerte de complicidad, aunque nunca llegué a pisar esa casa por más que me hubiera gustado.

Este apartado recordaría a la ventana indiscreta, pero las casas de los Urarina no tienen paredes en su mayoría … así que la fotografié abiertamente a la distancia y ella acogió mi fotografía divertida con el juego mostrándome su día a día. Pensé que eran elucubraciones mías, pero el día de irnos me dedicó una sonrisa enorme y un saludo muy afectuoso que me hizo pensar en una cálida reciprocidad. No cruzamos palabra, pero en cierta manera, nos observamos y nos entendimos.

Fue pasando el tiempo y el trabajo y yo seguía observando fascinada los (no) gestos de las mujeres y de las adolescentes a las que fotografiaba. La expresividad en su rostro era contenida y medida en casi todo momento, parecía que solo la abuela tenía el poder de saltarse esa norma tácita. La seriedad parece ser el consenso social entre los adultos, pensaba. Sin embargo, eso cambió cuando fuimos a la comunidad de Nuevo Perú, a la casa de la familia de Paquita López Rojas, una joven urarina del equipo de Radio Ucamara, que con su pareja, Jonatan Inuma Arahuata, tiene el primer programa en urarina en la radio.

Leonardo sacó el dron para hacer imágenes aéreas de las comunidades. A la que lo arrancó a volar, toda la compostura de la familia se esfumó para dar rienda suelta a una expresión de sorpresa auténtica y fresca (visualmente hablando, me refiero) como un estallido espontáneo de curiosidad, miedo y alegría a la vez. Pensé con nostalgia cuando habría sido la última vez que algo me había asombrado a mí de esa manera. ¿Cómo se piensa cuando has nacido en el seno de una comunidad? ¿Cómo es ser y sentirte parte de la comunidad y del entorno?

Traducción

Jessica X. Valenzuela / Spanish

Jerusa Rodrigues / Portuguese

Infografía

Fermín García-Fabila

Diseño Web

Luis J. Jiménez

Este proyecto fue producido con el apoyo de la Fundación Gordon y Betty Moore y su
Iniciativa Andes-Amazonía