Los derrames de petróleo
desatan una cascada
de consecuencias

Por Barbara Fraser

Cuando a finales de junio de 2014 una mancha de petróleo y peces muertos era arrastrada por el río Cuninico, los habitantes de la comunidad de Cuninico no podían prever lo que el derrame de un oleoducto cercano supondría para su aldea de unas 80 familias. Ocho años después, la pesquería que sostenía a los habitantes del pueblo no se ha recuperado, la atención médica prometida por el gobierno en respuesta a una demanda de las comunidades afectadas solo se cumplió en parte, y el pago de los daños sigue pendiente.

‘’Las cosas están difíciles’’, dijo César Mozombite, líder de la comunidad de Cuninico, en la ribera donde el estrecho Cuninico se une al río Marañón en la región nororiental peruana de Loreto. ‘’Alimentación no hay. El pescado se ha perdido. Muchos padres de familia y jóvenes están saliendo a trabajar para sostener la familia, la vida es dura acá ahora.’’

Para los habitantes de los campos petrolíferos de la Amazonía peruana, los derrames de los pozos y oleoductos han traído consigo una cascada de consecuencias. Algunas, como los residuos alquitranados y los equipos desechados, son visibles. Otras, como los trastornos económicos, son menos evidentes. Además, persiste la incertidumbre sobre las repercusiones a largo plazo de los vertidos de petróleo en el medio ambiente y la salud humana, así como sobre la forma en que se limpiarán los daños medioambientales, si es que eso llega a ocurrir.

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César Mozombite, de la comunidad kukama de Cuninico, situada en la parte baja del río Marañón, afirma que los derrames de petróleo han provocado dificultades económicas en las comunidades afectadas. Foto: Ginebra Peña

En comparación con algunos de los derrames de petróleo más tristemente conocidos del mundo, como el del Exxon Valdez en Estados Unidos o el del Prestige frente a la costa de España, el que se produjo río arriba de la aldea indígena kukama de Cuninico fue pequeño: unos 2.300 barriles de petróleo se filtraron en el canal destinado a contener los derrames. Pero en esta parte del mundo, donde la mayoría de los lugareños dependen del agua superficial para beber, cocinar y bañarse y no tienen forma de eliminar los contaminantes industriales, incluso un pequeño derrame es desastroso.

En Cuninico, el derrame de petróleo desencadenó una serie de impactos, algunos de los cuales se hicieron evidentes de inmediato — como los peces, las aves y la vegetación empapados de petróleo— y otros que se manifestaron en el transcurso de las semanas y los meses siguientes.

Aunque vivían cerca de lo que había sido uno de los sitios de pesca más ricos de la zona, de la noche a la mañana los pobladores perdieron tanto su principal fuente de alimentación como su medio de vida, ya que los comerciantes rechazaron su pescado. La gente tenía miedo de sacar agua del río, que había sido su principal suministro, y las madres se preocupaban por la salud de sus familias. Ocho años después, esos temores persisten.

En el gobierno, los acontecimientos marcaron un cambio en la forma en que la compañía petrolera estatal Petroperú, que opera el oleoducto, maneja los derrames. Inmediatamente después de que se descubriera la marea negra, la empresa contrató a hombres de la comunidad para que encontraran la rotura del oleoducto, que para entonces estaba bajo más de un metro de agua y espeso petróleo. Los hombres se sumergieron en el agua contaminada mientras buscaban la rotura, vistiendo ropa ordinaria, ya que no se les proporcionó equipo de protección.

Un reportaje emitido por el Canal 5, un canal de televisión limeña de alcance nacional, que también reveló que entre los trabajadores había unos menores de edad, obligó a sustituir a todo el directorio de Petroperú. La empresa también comenzó a trabajar con contratistas a los que se les exigió que proporcionaran equipos de protección a los trabajadores.

La limpieza creó puestos de trabajo que pagaban el equivalente a casi 25 dólares al día, más de siete veces la tarifa local habitual para los jornaleros. La paga, que atrajo a los forasteros que buscaban trabajo, también provocó una ola de inflación. Flor de María Parana, la «madre indígena» o representante de las mujeres de Cuninico, dijo que el precio de los huevos subió de cinco a un sol peruano, equivalente a unos 30 centavos de dólar, a dos por un sol, y luego a un sol por unidad. Incluso después de que terminaran las labores de limpieza y desaparecieran los trabajos, los precios nunca volvieron a los niveles anteriores al derrame.

Los dirigentes de Cuninico y de otras tres comunidades que habían pescado en la misma zona presentaron demandas para exigir asistencia médica e indemnización por los medios de vida perdidos y los daños medioambientales. Expusieron su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde Parana mostró una botella llena de agua contaminada a los representantes del gobierno peruano y de Petroperú. Sin embargo, hasta ahora la mayoría de las promesas de ayuda no se han cumplido.

A pesar de la limpieza, el petróleo permanece en el sedimento bajo el oleoducto. Lo mismo ocurre en otras comunidades de la cuenca del río Marañón que han sufrido derrames del oleoducto Norperuano, que pasa por Cuninico y decenas de otras comunidades a lo largo de su ruta hacia la costa, o de los oleoductos de los lotes 192 y 8, los campos petrolíferos más antiguos y grandes de la región de Loreto.

Restos de petróleo en el sedimento

Las fuertes lluvias estacionales provocan el desbordamiento de los ríos durante meses, depositando en los bosques sedimentos cruciales que contienen nutrientes, pero también arrastrando contaminantes a través de los vastos humedales de Loreto, de gran biodiversidad y complejidad hidrológica, donde los habitantes dependen de los ríos y los bosques para su sustento.

La temporada de lluvias en Loreto va aproximadamente de noviembre a mayo, y a principios de abril de este año el agua había superado el primer piso de varias docenas de casas de madera en Nueva Unión, una comunidad urarina en el río Chambira, un afluente del Marañón. A medida que el río subía, las familias habían recogido sus pertenencias y se habían trasladado a los segundos pisos de sus casas con techo de calamina.

En la parte trasera de cada casa, la plataforma de la cocina, con una fosa cuadrada llena de arena para el tradicional fuego de tres troncos, permanecía por encima del nivel del agua, mientras los patos remaban bajo las tablas del suelo y las gallinas se posaban en gallineros construidos sobre pilotes.

“En 40 años de explotación petrolera,
no ha habido ningún desarrollo para los
pueblos indígenas del Chambira”

Gilberto Inuma Arahuata

Roberto López, vicepresidente de la organización indígena urarina FEPIURCHA, guía su bote frente a las casas de la comunidad de Nueva Unión durante la temporada de aguas altas. Foto: Ginebra Peña

Hasta que el nivel del agua volvía a bajar, todas las actividades al aire libre —desde visitar a los vecinos hasta ir a la escuela— se hacían en canoa. Frente a la mayoría de las casas, una pequeña plataforma flotante de troncos amarrados hacía las veces de muelle para barcos y lugar para lavar la ropa y bañarse. Los niños pequeños chapoteaban en el agua con el calor del día, mientras los mayores jugaban a una especie de waterpolo alrededor de porterías de fútbol medio sumergidas junto a la escuela primaria hecha de madera.

En medio de la comunidad, dos viejos oleoductos surgieron del bosque inundado y luego desaparecieron bajo el río, emergiendo de nuevo junto a una cabina de control en la orilla más lejana. El oleoducto transporta el crudo desde los pozos petrolíferos río arriba hasta la estación de bombeo nº 1 de Petroperú en la localidad de Saramuro, en el río Marañón. En una tarde soleada, alguien había colgado una manta recién lavada sobre una de las tuberías para que se secara.

No muy lejos de la comunidad, a lo largo de la ruta del oleoducto, un derrame de petróleo de hace casi una década fue limpiado inadecuadamente, según dicen los miembros de la comunidad. El lugar está bajo el agua en esta época del año, pero los líderes de la comunidad tienen fotos de la estación seca que muestran el crudo mezclado con el suelo.

Los habitantes de Nueva Unión y Nuevo Perú, un poco río abajo, se preocupan por lo que ocurre con ese sedimento contaminado cuando llegan las lluvias y el río crece. Los niños y los adultos sufren dolores de estómago y diarrea, pero es difícil saber si la causa son los contaminantes industriales o los coliformes que pueden salir de las letrinas inundadas, o si se trata de una combinación de ambos. Las normas de calidad del agua en Perú para los ríos amazónicos no tienen en cuenta el número de personas de toda la región para las que los cursos de agua son la única fuente de agua para su consumo.

Al igual que en las demás cuencas a lo largo de los campos petrolíferos de la Amazonía, los ingresos de 50 años de producción de petróleo no se han invertido en la construcción de sistemas permanentes de agua potable o saneamiento en las comunidades más cercanas a la contaminación.

Como parte de un acuerdo con el gobierno, se instalaron plantas temporales de tratamiento de agua en 2014 y 2015 en unas 60 comunidades, pero prácticamente todas las demás comunidades a lo largo de los ríos están bebiendo agua de fuentes que no son aptas para el consumo humano.

Las plantas estaban pensadas como un recurso provisional mientras se construían sistemas permanentes de agua potable, pero dichos sistemas aún no se han materializado. En las comunidades que tienen plantas, las madres dicen que las enfermedades diarreicas han disminuido, pero en las comunidades más grandes, las familias que viven lejos de la planta siguen recurriendo al agua superficial contaminada.

Ninguna de las comunidades de la parte baja del río Chambira recibió plantas de tratamiento de agua, por lo que las familias de Nuevo Perú y Nueva Unión sacan agua de los alrededores de sus casas inundadas.

‘’Desde muchos años venimos sufriendo de la contaminación,’’ dijo Gilberto Inuma Arahuata, de 33 años, presidente de la Federación del Pueblo Indígena Urarina del Río Chambira (FEPIURCHA), que vive en Nueva Unión. ‘’Está contaminado el agua, el suelo y el aire’’, añadió, y como la gente depende de los cultivos y el pescado, ‘’los alimentos que sacamos también son contaminados.’’

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Una isla artificial en Nueva Unión sirve de refugio para las plantas de yuca, que se replantarán cuando baje el nivel del agua. Nueva Unión y Nuevo Perú se reubicaron en el río Chambira, donde no tienen terreno alto para sembrar cultivos durante la temporada de aguas altas. Foto: Ginebra Peña

Los alimentos y el agua potable escasean en la temporada de lluvias

En época de inundaciones, la falta de agua potable se une a otras dificultades. En los últimos años, tanto Nueva Unión como Nuevo Perú se trasladaron a la orilla del río Chambira desde afluentes más lejanos, menos accesibles, pero también con menos posibilidades de verse afectados por la contaminación industrial de aguas arriba.

Aunque los líderes de ambas comunidades afirman que la decisión fue tomada por los pobladores, los investigadores que han realizado extensas entrevistas en la parte baja del Chambira afirman que los residentes más antiguos eran reacios a trasladarse y que los forasteros animaron a los  pobladores a hacerlo para que pudieran ser alcanzados más fácilmente por los programas de asistencia del gobierno, así como por posibles proyectos de desarrollo futuros.

Donde estaban antes, las comunidades tenían terrenos más altos para cultivos básicos como el maíz, la yuca y los plátanos. En sus ubicaciones actuales, todo está bajo el agua durante la temporada de lluvias. También tenían un acceso más fácil a los pantanos de palmeras llamados aguajales, donde las mujeres recogen cogollos de la palma de aguaje (Mauritia flexuosa), que utilizan para realizar tejidos que recientemente han sido reconocidos oficialmente por su importancia cultural.

Los pantanos de palmeras conocidos como aguajales, porque la palma aguaje (Mauritia flexuosa) juega un papel clave en los ecosistemas amazónicos de la región de Loreto en Perú y en la vida de los indígenas Urarina que viven allí.

Los aguajales ayudan a regular el clima global al bloquear el carbono en capas de turba que se acumulan debajo de los árboles.

El aguaje da un fruto de color naranja que es importante para los humanos y animales.

Para las mujeres Urarina que viven a lo largo del río Chambira y sus afluentes, el aguaje también es apreciado por su fibra, que se muestra aquí colgado para secarse en una casa.

Las mujeres recogen los brotes de las palmeras, como el que está detrás y ligeramente a la izquierda de las hojas en esta foto.

Las mujeres hilan la fibra en un hilo resistente, que tiñen con tintes naturales.

Usando un telar de cintura tradicional, tejen el hilo en una tela resistente conocida como cachihuango o ela.

A veces combinan los hilos de fibra de palma con hilo comercial para un contraste colorido. Ercilia Vela Macusi de Nueva Unión teje un textil multicolor en su casa en el río Chambira en Perú.

Como parte del rito de paso de la niñez a la adultez, las adolescentes aprenden el arte de tejer el ela de sus madres y abuelas.

Las niñas adolescentes tejen sus primeros textiles como parte del rito de paso a la edad adulta.

Además de hilar la fibra y tejer, aprenden otras habilidades que serán importantes para ellas y sus familias.

Según las primeras crónicas españolas, estos textiles históricamente fueron valorados por otros pueblos amazónicos que comerciaban con los Urarina.

Los textiles son un símbolo del conocimiento tradicional transmitido de generación en generación de mujeres Urarina.

También son un recordatorio de la estrecha relación entre el pueblo Urarina y los ecosistemas de humedales que los sostienen, los cuales les proporcionan alimentos, plantas medicinales, materiales de construcción y otros elementos necesarios para la vida cotidiana.

En 2019, el Ministerio de Cultura peruano declaró oficialmente a ela parte del patrimonio cultural del país.

Algunas familias mantienen pequeñas parcelas de cultivo en el antiguo asentamiento de la comunidad, a tres o cuatro horas de distancia en una canoa conocida como peque-peque por el sonido que hace su pequeño motor. Pero cuando las aguas crecen, la dieta de la gente se vuelve más precaria.

«El acceso a las parcelas pasó a un segundo plano frente a las promesas de proyectos y mejoras», dijo el antropólogo Emanuele Fabiano, de la Pontificia Universidad Católica del Perú en Lima, quien estaba trabajando entre las comunidades urarina del bajo Chambira cuando éstas decidieron trasladarse.

La discusión sobre el traslado fue tan intensa que le sorprendió la decisión.

«La gente lo vio como una oportunidad que no debía perderse», dijo, «aunque todo el mundo se da cuenta de que [en la nueva ubicación] no hay huertos y la calidad del agua no es buena».

El traslado al Chambira también facilitó el acceso a los productos que venden los comerciantes que viajan de pueblo en pueblo a lo largo del río. Como resultado, más alimentos procesados se han introducido gradualmente en la dieta de los pobladores, según dijo Fabiano.

Ese cambio se aceleró cuando la gente consiguió trabajos temporales con la compañía petrolera, limpiando derrames o realizando otras tareas de mantenimiento en los oleoductos. En las comunidades en las que hasta hace una década casi no se disponía de ingresos en efectivo, la gente de repente tenía un salario de obrero, al menos de vez en cuando.

‘El Chambira está olvidado’

Sin embargo, para Inuma, de FEPIURCHA, los beneficios han sido desiguales. Pluspetrol ha negociado los pagos por daños y perjuicios y el derecho de paso del oleoducto, pero los acuerdos se han alcanzado comunidad por comunidad, y éstos dependen más de la capacidad de negociación de los líderes que de criterios coherentes, dijo.

Niños de tres cursos comparten un sencillo edificio escolar de madera con escaso mobiliario y material en la comunidad indígena urarina de Nueva Unión. Foto: Ginebra Peña

«En 40 años de explotación petrolera, no ha habido ningún desarrollo para los pueblos indígenas del Chambira», dijo. «Quienes se han enriquecido son las ciudades».

Estrecho y sinuoso, sin ningún tipo de embarcación de transporte público regular, el Chambira es una de las cuencas más inaccesibles de los campos petroleros. Debido a la distancia y a la dificultad de los desplazamientos, los urarina que viven allí han tenido menos contacto con las comunidades del Marañón o con las ciudades de Nauta e Iquitos. Las mujeres se visten con un estilo distintivo, con blusas brillantes y faldas más oscuras, y la lengua urarina se habla más que el español.

Al igual que otras comunidades urarina, Nueva Unión carece de servicios básicos como agua y saneamiento, y la escuela construida en madera sólo cuenta con mobiliario básico, sin siquiera tabiques para separar los diferentes grados. El año pasado, sin embargo, algunas familias obtuvieron pequeños paneles solares a través de un programa gubernamental, por lo que varias casas ahora lucen una o dos bombillas por la noche y la gente puede cargar los teléfonos móviles, aunque la señal es poco fiable.

A media hora río arriba en peque-peque, el pueblo de Nuevo Progreso es más grande y algo más comercial. Una mezcla de familias urarina y mestizas, la población de la comunidad aumentó cuando llegó gente a trabajar en la limpieza de un derrame de petróleo en un lago por donde pasa el oleoducto.

Las comunidades de los campos petrolíferos de la Amazonía peruana carecen de agua potable. En la comunidad de Nuevo Progreso, los tanques recogen el agua de lluvia, pero los residentes dicen que es insuficiente. Allí y en otras comunidades, las únicas fuentes de agua para consumo humano son los arroyos y ríos, la mayoría de los cuales están contaminados. Foto: Ginebra Peña

La comunidad cuenta con algunos tanques para recoger el agua de lluvia, pero mucha gente sigue dependiendo del agua superficial. Nuevo Progreso también sufre otros problemas similares a los de Nueva Unión y Nuevo Perú aguas abajo, como la falta de empleos estables.

La atención médica también es inadecuada: para cualquier cosa que requiera algo más que cuidados básicos, la gente debe viajar río abajo hasta el Marañón. Las escuelas sólo cuentan con los materiales más básicos, y durante la temporada de lluvias los padres se preocupan por la seguridad de sus hijos, que van y vuelven de la escuela en canoas. Para empeorar las cosas este año, varias semanas después del inicio de las clases un profesor de primaria en Nueva Unión y tres de secundaria en Nuevo Progreso aún no se habían presentado a trabajar.

«El Chambira es olvidado,» dijo Hermógenes Tuanama Canayo, teniente gobernador de Nuevo Progreso. «Los ingresos del petróleo y otros fondos presupuestarios no han llegado a las comunidades ribereñas», dijo, y añadió que los políticos «tienen que ver cómo vive la gente aquí».

La calidad del agua sigue siendo una preocupación constante. En un pantano de palmeras situado en la orilla del lago donde se produjo el derrame de petróleo cerca de Nuevo Progreso, las hojas superiores de algunos de los árboles de aguaje se están muriendo, posiblemente a causa del petróleo que se ha impregnado en el suelo. Tuanama dijo que parte de los residuos de la limpieza se vertieron en ese pantano.

“El Chambira es olvidado”

Hermógenes Tuanama Canayo

Hermógenes Tuanama Canayo, teniente gobernador de la comunidad de Nuevo Progreso, en el río Chambira, saca un saco lleno de tierra contaminada de un aguajal donde, según dice, los trabajadores que hacían la limpieza vertieron parte del petróleo que se derramó en un lago contiguo. Foto: Ginebra Peña

A principios de agosto, vadeando el agua que le llegaba hasta la cintura, sacó del pantano un saco lleno de tierra empapada de petróleo. Al tantear alrededor de sus pies con un palo, apareció una mancha negra que flotaba en la superficie del agua.

Al igual que los habitantes de Cuninico, en el río Marañón y otras comunidades cercanas y aguas abajo de las operaciones petrolíferas, él y otras personas a lo largo del Chambira culpan a la contaminación de la disminución de la pesca a lo largo de los años. Dicen que tienen que alejarse de sus pueblos y colocar más redes, y aun así capturan menos peces, y los que capturan son «cabezones», con cuerpos delgados.

Aunque parte de esa disminución se debe probablemente a la sobrepesca, ya que la pesca comercial se ha ampliado para alimentar a las crecientes poblaciones urbanas, los científicos afirman que la contaminación por petróleo también puede afectar a los peces.

‘Queremos un cambio en el Chambira’

Un derrame de petróleo mata a algunos peces inmediatamente, pero también hay efectos a largo plazo, dijo Valter Azevedo-Santos, un ictiólogo de la Universidad Estatal Paulista de Brasil que dirigió un estudio recientemente publicado sobre el impacto del petróleo y la minería en los peces de la Amazonía. Algunos componentes del petróleo pueden afectar a la visión, el corazón y la capacidad de nadar de los peces, dificultándoles la caza de presas o la búsqueda de otros alimentos. Esa podría ser una razón por la que la gente dice que los peces están más delgados, dijo Azevedo-Santos.

Otras sustancias, sobre todo los hidrocarburos aromáticos policíclicos, pueden provocar cáncer y mutaciones y afectar a los embriones de los peces y a su reproducción. Metales como el mercurio, presente en el agua producida que se ha vertido desde los pozos petrolíferos a los ríos y arroyos durante décadas pueden acumularse en el tejido muscular y el hígado de los peces.

«Si el petróleo se mantiene en el ambiente, especialmente en el sedimento, puede perturbar los ecosistemas durante años,» dijo Azevedo-Santos. Añadió que estos impactos pueden extenderse por la red alimentaria, afectando a los animales y aves que se alimentan de los peces, así como a las personas que los capturan.

Las alteraciones de la actividad pesquera tienen un impacto económico, como aprendieron las familias de Cuninico tras el derrame de petróleo. En las comunidades indígenas de las zonas contaminadas, la escasez de pescado también puede ocasionar que los niños no aprendan las habilidades de pesca que son una parte importante de la identidad cultural de su pueblo, dijo Azevedo-Santos.

A pesar de la limpieza, los contaminantes de los derrames de petróleo permanecen en el medio ambiente, con impactos que pueden alterar los ecosistemas durante años. Foto: Ginebra Peña

Él recomienda un monitoreo continuo a lo largo de los oleoductos y en los lugares de los derrames, pero no hay estudios a largo plazo sobre el impacto de los contaminantes en los peces u otra fauna o en los ecosistemas de los campos petrolíferos de la Amazonía peruana. Además, Perú no cuenta con una normativa que establezca los límites máximos permitidos de metales o hidrocarburos en los sedimentos.

Tampoco existe un seguimiento a largo plazo de los impactos de los contaminantes en la salud humana. La preocupación por los posibles impactos en la salud ha aumentado desde 2006, cuando el Ministerio de Salud del Perú publicó un informe que mostraba altos niveles de cadmio y plomo en la sangre de los residentes de las comunidades achuar a lo largo del río Corrientes. El plomo afecta al sistema neurológico, especialmente en los niños, mientras que el cadmio es cancerígeno y puede causar enfermedades renales y problemas gastrointestinales.

Pruebas posteriores en otras comunidades han revelado altos niveles de algunos metales en la sangre de los residentes, pero en la actualidad no se han realizado estudios de salud ambiental para determinar las fuentes de los metales y, lo que es más importante, cómo reducir la exposición de la gente a ellos.

Mientras tanto, el agua sube y baja, año tras año, agitando los contaminantes, y la mayoría de los residentes de las comunidades rurales siguen careciendo de servicios básicos de agua y saneamiento, acceso a atención médica y escuelas decentes. Un plan del gobierno para «cerrar las brechas» en los servicios a las comunidades de los campos petrolíferos ha avanzado poco.

En Loreto, algunos empiezan a hablar de un futuro «post-petróleo», pero las comunidades de los campos petrolíferos siguen esperando el acceso a los derechos básicos.

‘’Queremos un cambio en el Chambira,’’ dijo Inuma de FEPIURCHA. ‘’Después de tantos años de daños y muerte, queremos desarrollo en el Chambira. «Queremos servicios básicos: escuelas, atención médica, agua, alcantarillado». Y en las zonas contaminadas,’’ añade, ‘’queremos la remediación».

Traducción

Jessica X. Valenzuela / Spanish

Jerusa Rodrigues / Portuguese

Infografía

Fermín García-Fabila

Diseño Web

Luis J. Jiménez

Este proyecto fue producido con el apoyo de la Fundación Gordon y Betty Moore y su
Iniciativa Andes-Amazonía